Los miércoles siempre ignoro el despertador. A veces es por eso que lo hago sonar antes de la hora que quiero y poder dormir más. Ese día no fue el caso.
Galleta no durmió conmigo a pesar de tener la puerta del cuarto abierta, lo que me pareció extraño. Prioricé intentar llegar lo más pronto posible a la escuela y corrí por toda la casa poniéndome la ropa, haciendo la mochila, abriendo la puerta, comiendo el desayuno.
Escuché maullidos como los que no había escuchado desde que Galleta y Panqué eran pequeños y lloraban cuando yo no estaba cerca. Preocupada, busqué con la mirada hasta que vi cómo mi gata me buscaba con el costado lleno de sangre fresca. Tuve miedo. Eran las seis de la mañana ¿de dónde iba a sacar un veterinario? ¿Estaba herida? ¿La aporrearon?
La llamé con una voz preocupada y fue entonces que lo escuché: jóvenes y agudos maullidos.
¡¿Cabrona, estabas embarazada?!
Hablar con ella de nuestros principios e ideales es resonar armónicamente, sin embargo puedo entender nuestras enormes diferencias en la manera en la que existimos cada cuál. Ella es sumamente ligera, como un junco en medio de una tormenta, de precioso cabello, largo, trenzado, con ojos entrecerrados, una sonrisa relajada y toda la facha de un hippie inamovible. Le habla a su madre de "tú" y a sus hermanas de "güey", se ríe mientras naturalmente habla de fumar mariguana, hacer malabares, activismo ecológico y le habla a todo el mundo con esa popularidad suya.
Lo planeado para el viernes era salir a comer al centro, visitar museos y pasear sola como la perdedora sin amigos que soy.
Me acerqué a ella al salir.
-Quiero un caldo tlalpeño ¿comemos juntas?
Mis planes se desmoronaron desde que se lo dije.
Otro sujeto se quedó junto a nosotros y salimos.
-Necesito dejar mi bici en la casa de un compa y luego ya vamos.
Salir del estacionamiento fue un lío de diez minutos de esperarla mientras hablaba con toda la gente que la reconocía al pasar.
Caminamos hasta la casa del chico en cuestión mientras el otro hombre y yo esperábamos afuera. La chica tardó un rato y cuando salió ofreció su casa para que comiéramos. Esperamos a su madre treinta minutos y llegamos a su casa, en la que no había comida, a las seis.
¿A dónde se fueron mis planes?
Los miraba a ambos. Se entendían, la ligereza, el valemadrismo, las diferentes interpretaciones de ser uno mismo dentro del colectivo.
-¿Tu te vas para allá?
-Sí.
-Entonces, nos vemos luego- se acercó para lo que yo creí sería un beso en la mejilla y sentí sus brazos rodearme, cálida, suave, seria. Sus labios rozaron apenas el costado de mi cara, hicieron una curva al separarse y se despidieron.
Sí, la frecuencia en la que resonamos no es la misma, pero no significa que no sea consonante.
Mi hermana llegó en la mañana, flojeamos mientras veíamos jugar al pequeño demonio que es su hijo. Hablamos al seguro de autos para que cambiara la llanta del carro. Limpié la casa, hice la comida, fui por el mandado. Revisé el facebook.
"La salida a bailar es hoy a las diez de la noche"
Mierda.
Contratiempos. Baño, ropa. Contratiempos. No hay dinero.
Llegamos a un gran edificio con un letrero que rezaba "Barra Havana".
-¿Puedo entrar con mi saxofón?
-No. -respondió tajante el guardia- Puedes dejarlo aquí. Abrió la puerta a un cuarto lleno de escombro y entonces supimos que no podríamos quedarnos.
Pasamos el rato en el billar de al lado cuando me atreví a inquirir que habría sido bueno también haber ido a bailar.
La chica no dudó en pedir la cuenta y emprender la búsqueda de otro lugar.
Eran las doce de la noche y nadie aceptaba nuestra entrada con el saxofón.
-Podemos ir al Barra Havana de más adelante, es más chico, pero ya me han dejado entrar con él.
Fuimos sólo para encontrar que el lugar estaba atiborrado de gente y no había mesas para sentarnos. Pasamos las siguientes horas de pie y sin lugar para bailar.
A la izquierda podía ver a una pareja que bailaba cuasi profesionalmente, al detener la mirada descubriríamos que efectivamente eran alumnos de la licenciatura en danza de la escuela.
Me sentía incómoda, en algún lugar de mi mente salir a bailar era desestresarse y divertirse en movimiento con amigos y al parecer no teníamos el mismo método para alcanzar esa meta.
Ella iba a explotar todas sus habilidades dancísticas, yo sólo iba a mover la cadera y reírme de mis pies izquierdos.
Ninguno era mejor que el otro, pero esa noche, ninguno se cumplió.
Algo pasó en mí ese día. Como cuando dejaron de enojarme las cosas, dejé de sentirme triste con Gladyss, o paré de soñar que Iliana estaba viva, sólo sucedió: abrí una de ese montón de páginas que marco pero no vuelvo a ver y decidí hacerlo: "Brownie in a mug".
Se veía sencillo y rápido, aunque de cualquier manera tenía un montón de tiempo libre de procrastinación para hacerlo; seguí la receta y... no funcionó.
Busqué una nueva que sólo tenía un par de cosas distintas, así que decidí que me importaba un carajo y le puse lo que me salió de los cojones.
Fue mi fuente de felicidad toda la semana. Hasta el momento lo recuerdo con orgullo, y fue ese el parteaguas para lo que me esperaría una vez por semana: experimentos culinarios en el horno, aprender a ser paciente, a aceptar los fallos, a buscar las mejoras sin sentirme derrotada.
Y sin pensarlo, se ha convertido en un involuntario evento feliz~