Lo recuerdo claramente.
Me paré frente al espejo del baño y me miré con intensidad. Me molestaba muchísimo, sobresalía entre el paraje de cabello y sólo se quedaba allí, estático, desobediente. Hundí mi cabeza en el lavabo y abrí la llave sobre el coco hasta que se empapara todo: seguía parado.
Quería borrarlo y poder ver sólo mi cabello lacio, cayendo sin bordos. Tomé las tijeras, lo alcé todo recto y lo podé sin piedad.
Lo miré: estaba aún peor.
¿¡Por quéeeeee?!
Ahora era más corto y notorio, y en mi cabeza no podía comprender como no había desaparecido después de cortarlo, así que pensé en tullirlo más.
Mi hermana se apareció con ese tono de voz que tienen todos los adultos cuando saben qué algo pasa, pero aún así quieren que lo digas tú.
-¿Qué estás haciendo?
Pensé en mentir, en esconder las tijeras y decir "nada", de esa manera que cualquier adulto sabe reconocer como falsedad, sin embargo mi frustración era genuina; yo no pensaba que hacía ninguna travesura, alguna maldad: yo de verdad quería deshacerme de esos pelos rebeldes.
Le expliqué mi situación, encomendándome a su tal vez mayor experiencia como hermana grande. Se acercó y me dio instrucciones.
-A ver, tu quieres que ya no esté parado, ¿verdad?
-Sí.
-Toma un mechón de pelo y páralo.
-Ahá.
-Ahora piénsalo más corto.
-Sí.
-Sigue estando allí ¿verdad?
-Sí.
-Entonces si lo cortas sólo es más notorio porque los otros son más largos, ¿no?
-...Sí.
-Y esos no se paran ¿o sí?
-...
-Entonces habría más bien que dejarlo crecer.
De repente todo se sentía tan lógico. ¿Cómo pude haber pensado que esa era la solución?
Y así me paro frente al espejo, luego de mi triste corte y cabello que ha pasado por las manos de tres peluqueros y que falla en satisfacerme, tijeras en mano, resistiendo la necesidad de destruirlo hasta que me sienta contenta.
Lo miro.
"Habría más bien que dejarlo crecer".
Dejo las tijeras.