Vi el billete tirado en el piso; azul con un indio de Guelatao al frente, arrugado.
-Creo que es mío.-dije- Más que nada porque no creo que así de maltratado pueda ser tuyo.
Si algo le caracterizaba, era su pulcritud, responsabilidad y disciplina con la que hacía todo. Al menos todo lo que yo le conocía.
-Pues ni creas, no cuido tanto la apariencia de los billetes, además como odio las carteras y mi mamá sólo me las compra y me las da.
-¿No te gustan las carteras?-reí.
-Sólo que ahora es "no, deja de usarla, no mereces esa cartera".
-¿Se dieron cuenta de que no te gustaba?-comenté divertida.
-No, es que les dije que soy gay, así que se pusieron como locos-dijo rápidamente.
Sentí mi cara sonrojada, lo miré a los ojos sólo para desviar la mirada hacia mi mochila fingiendo atención.
Tomé aire y me quité los nervios. Lo que menos necesitaba era un comentario tan estúpido como "¿eres gay?", así que me colgué la mochila, acomodé el banco y lo miré dando la pauta para que siguiera hablando.
Me contó las reacciones de sus padres, de su hermana, la suya propia. Explicaba poco a poco cómo se sentía, y aunque no me dijo de qué manera se dio cuenta, pensé que realmente no importaba, puesto que a final de cuentas el resultado iba a ser ese.
Sigue sin ser una sencilla asociación, la homosexualidad latente con su personalidad tan seria, determinada y solitaria, pero esa sonrisa en su rostro de carga liberada me hace no cuestionar nada.
Y mientras caminábamos esquivando las piedras en la banqueta, pensé que lo impresionante no era que un hombre tan alineado, inquebrantable y aislado fuera homosexual, sino que me considerara su amiga.