lunes, 28 de marzo de 2011

Ara-pon

A lo largo de mi vida he llegado a desear muchas personas que no he podido obtener (o me he arrepentido de ello, pero eso es otra cosa), pero, de ahí a querer personas que no me han podido querer a mí, los números se reducen.

Quizás mi primer amor platónico haya sido Araceli.

Para mis infantiles siete años, y por razones que hasta el momento no descubro, en el momento en que me di cuenta del cariño y anhelo que le tenía a mi compañera de juegos, no significó shock alguno. Ella era linda, seria, con una sonrisa discreta y una actitud serena, pocas veces alocada, sabía por qué sendero ir y con qué precauciones. Por lo bajo, día tras día deseaba que en algún momento me dedicara algún gesto, verla reír hacia conmigo. Varias veces veía hacia mis manos, o a la nada fina línea de mi rostro, -costumbre que aún poseo-, y me deprimía pensar que no era merecedora de una chica tan elegante y delicada, que con esas manos mías tan torpes, y esos movimientos tan poco gráciles, jamás podría abrazarla como debía.

Tan fácil como fue admitir mis sentimientos por ella, fue el decidir decírselos.

-¿Podemos hablar? -dije, como si nada.

No me puse nerviosa; estaba decidida a decirle tranquilamente lo que sentía, y si algo tenía, era impaciencia, de abrirme a mis días de felicidad a su lado, la aceptación, su venida hacia mí. No quería estar sola conmigo, y un poco incómoda llamó a Verónica, su mejor amiga, la líder, la que nos llevaba a todos lados, con la que prefería estar a cada momento: la que me la arrebataba. Ambas se acercaron a mí y me preguntaron qué sucedía, y fue entonces que lo pensé: "¿Y si me rechaza? ¿Y si le gusta ella o alguien más? ¿Y si le disgusta? ¿Van a pasar los próximos tres años en burlas?".

Puse una cara de disgusto y dolor, usé un tono de voz agresivo y no la miré ni una vez a los ojos mientras le decía:

-No, nada, sólo quería saber si ustedes eran algo, porque siempre están juntas y eso.

Sintiendo la agresión, Verónica contestó:

-No, pero mira qué curioso, porque nosotras pensábamos lo mismo de ti. Que te gustaba Araceli.

Sí.
Pero ya qué.

Pensé.

lunes, 21 de marzo de 2011

Quiéreme otra vez

Esperaba que cuando nos viéramos, la sonrisa en su rostro al verme fuera tan sincera como siempre, que se llenara de alegría, y al abrazarme no quisiera soltarme, y se cobrara cada uno de los días en los que no pudo tocarme, escuchar mi voz, sentir mi perfume. Sobre todo lo esperaba, porque era lo que deseaba hacer yo misma, era eso que yo sentía.
-Te quiero. Te quiero de manera desbordante. Te quiero a ti, y no me impide quererte ninguna de tus circunstancias, ninguna de las personas que nos rodean, y quiero decírtelo porque estoy harta de pasar mis días sin tenerte conmigo, sin ahogarme en tu risa.
Llegó, diez minutos tarde, como siempre.
Pero lo que esperé no llegó.

lunes, 7 de marzo de 2011

¿Sufres, mi vida?

Hoy, como casi todos los lunes desde hace seis meses, a las cinco de la tarde, entre las calles Juárez y Aquiles Serdán, voy a ver a mi terapeuta.
El pequeño Andre, desde mi segunda visita, no ha faltado en la recepción, siendo mimado y recibiendo montones de cariños por parte del personal y la familia.
Me ve y ambos sabemos lo que sigue: sentarse un par de minutos en el sofá, para que alguien nos informe que el Licenciado y yo debemos entrar a la oficina, sólo él y yo.
Los tres, terapista, hijo y paciente, estamos conscientes de esta hora.
Bueno, no; lamentablemente, Andre no.
Este día, hice llorar a un niño con solo entrar a la misma habitación que él.
Vi su cara encaprichada y molesta al verme abrir la puerta; su voz se volvía suplicante hacia su padre, y, sin explicar nada, sólo repetía "papá", mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

-Tengo que irme.

Y berreó.
Le llevaron un pequeño cachorro, al cual ignoró, como todos los intentos de los adultos a su alrededor por distraerlo: hay que reconocerlo, el niño no se desviaba de su objetivo.
Fue así como terminamos en la oficina, él con un niño en brazos, yo, con un perro que insistía en no morder nada que no fueran mis dedos de salchicha.