miércoles, 20 de noviembre de 2013

Lo que aprendí en /eldefe/ la escuela de botes es...


El olor del alcohol siempre me ha parecido asqueroso, cada cual a su particular manera. Aún así, a punta de sombrerazos mi nariz aprendió a tolerarlo, pero no fue ni por el sabor, el ambiente o la compañía. Años después de la primera vez que me eché mis primeros caballitos de tequila, la maestra de una de mis clases de relleno nos hablaría sobre como ese estado de desinhibición previo a la borrachera era algo deseable, un trance sagrado, sentirse parte de algo, sin pensar en cosas impuestas por la vergüenza y yo lo entendería, recordaría la ligereza en mis hombros, una risa que sacude todo el cuerpo; nace desde el estómago y viaja hasta la boca, resonando por todas las cavidades, la única terapia que funcionó en ese año.
-Vamos al cuarto.
-Bueno.
-No estoy lo suficiente ebria para soportar lo aburrido de la música, y no pienso pagar veinte varos por sus traguitos adulterados que ni empedan.
Se rieron.
-Saca la botella, pues. -dijo, pero en realidad fue él quien sirvió los tragos.
Vodka, un Absolute. Uno, y otro, y otro, y otro. Nada.
Diana se reía, decía que no, pedía clemencia, que ya no podía más, Yoshi servía. Nada.
-'inchi gargantita, neta... -dijo ella, asqueada de haber devuelto el desayuno por el vodka.
-No mames, pero ¿cómo? Yo ya ando hasta atrás, más y me da en la madre.
-Esto no es lo que quiero. Estoy lúcida.
-El vodka no te hace nada -ella ya estaba tumbada en la cama.
Oh.
Nada.

Estábamos tumbados en las camas. 12:50 p.m.
-Somos como gatos, esperando a su ama.
-¿A qué horas dice Gaby que llega?
-Tres.
-Deberíamos irnos. Deberíamos salir.
-No tenemos mapa. Ni computadora. Ni sabemos cómo andar en metro.
Oímos ruidos y aguzamos las orejas, nos levantamos, miramos por la ventana, nos volvemos a acostar.
-Miaaaaaaaaaaau.
-Miaaaaaaaaau.
-MEOOOOOOOOOOOW.
-Ya nomás falta una hora.
-Debimos haber salido.
-Cuando llegue nos vamos a hacer los gatos dignos. La miraremos feo desde una esquina y no la dejaremos que nos abrace.
-¡Por habernos abandonado!
-¡Maldita Gaby!
-Falta una hora...
-Les dije que saliéramos.
-Pero bien que te dormiste.
-No como la que se cayó encima de su libro.
-Ash, cállate Yoshi...
-¡Pft! ¡Y tú qué! Estabas hablando y no pasó medio minuto y empezaste a roncar
-¡A-ron-car!
-Ay, déjenme en paz...
-Ya son más de las tres.
-Me voy a volver loco, ¡voy a quebrar algo!
-... Dios mío, por eso mi gata rompió la Catrina de mi papá. Dios mío, Dios mío, perdona, Galletita...


¿Por qué quieres seguir bailando? Eran las dos de la mañana y sólo habíamos cuatro personas en la pista, las sillas estaban ocupadas, la gente estaba cansada y yo no era la excepción.
-Ni sabemos bailar esto...
-Vale madre.
Me abrazaste y empezaste el vaivén.
Yoshi, no tienes ritmo ~
Yoshi, estás ebrio ~
Mi brazo se caía de lo lejano de tu cuello, me acercaba más a ti para que mi cuerpo dejara de estirarse, y cuando lo sentías, tu brazo rodeaba más mi cintura y tu cabeza se apoyaba contra la mía. Lamentablemente todas las horas de baile me quitaron lo poco que me hizo el tequila que robamos, así que a diferencia tuya, me concentraba en bailar, en el ritmo. Sigue el bajo, Wafflecillo, el bajo, y los remates de la batería.
Me rendí, cerré los ojos, me apoyé sobre tu cuello y dejé de intentarlo. Mis puntas se elevaron.
En tus brazos, sentía que flotaba.
Yoshi, eres muy alto ~


Caminé sin rumbo algunas tres horas. No llegué a ningún lugar interesante. Miraba al celular y Julia no respondía. Qué hambre...
Regresé por toda avenida San Cosme hasta toparme un Vips. Bueno, ya, como caiga.
-¿Sólo uno?
Su mamá, señora, su mamá.
Todo el lugar estaba decorado con imágenes de Mucha, era muy bonito.
-Señorita, un gusto en atenderle. Le recomiendo...
Se apresuraba. No terminaba bocado y me decía que comprara más.
¿No quiere una limonada? ¿Un café? ¿Segura que no toma café? Bueno, hombre, mínimo un té, tenemos de... ¿no? ¿pero cómo va a ser? Bueno, pues, la dejo comer...
Fue un gran desayuno, dejé salir un suspiro y abrí mi libro.
¿Un postrecito? Ándele, algo...
Mi estómago ya no daba para más.
Ya sé, mire, cuando los vea, que se le antojen. Mire: pay de frambuesa con nuez triturada encima ¿no? Un pastel mokaccino, mire, qué bonito ¡no? Pero qué difícil es usted, dura de roer, pero aaah, ya sé cómo... Mire, ahí está, tres leches, y mire, con un cafecito ¿no? Dios mío, pero de veras, usted... ¿Y un vaso de agua? Ese sí, ¿verdad? Aquí tiene, y bueno de paso le dejo la cuenta, se paga allá...
Pero qué manera de correrme de su establecimiento, oiga, gracias...



Quiero que durmamos juntos. Pero ahí adentro hay camas separadas, y esa parte no me gusta. Me siento caprichuda, como una mocosa ¿con que derecho le digo que durmamos juntos, que sí cabemos, que ya me acostumbré a su masa corporal?
Deja mi cintura y se levanta.
-Le voy a decir que nos abra.
Me da vergüenza que los hallemos en la movida, así que me escondo detrás suyo.
Con el tirante del vestido abajo, el cabello alborotado, el maquillaje desprolijo y sin medias, la chica nos abrió la puerta.
-Tenemos sueño, intentamos tocar, pero no abrías... ¿...e-estaban durmiendo?
-Sí.
Solté un suspiro de alivio, el chico estaba enredado en la cobija, hizo un espacio a Gaby y ésta regresó a la cama.
Escupí la pregunta casualmente, avalorada de que nadie me vería sonrojar. 
-¿Duermes aquí y le dejamos la otra cama a Dia...? -No me dejó terminar.
-Sí.
Gaby nos arrojó una almohada.
Penosa, le veía, como si eso explicara "es una cama individual, es sólo una almohada y una cobija: ¿cómo...?". Tampoco me dejó terminar. Se recostó, estiró el brazo y abrió la invitación. Me acurruqué, aún con pena, roja, rancheada.
Cerré los ojos, sin poderme calmar. Con gusto, sentí el aroma de su respiración. Mi pulso se tranquilizó. Pocas cosas hay que disfrute tanto de la intimidad con otra persona como oler su respiración, el ritmo en el que inhalan y exhalan: el aroma de lo que no sabes si podría ser un beso.
"Debería escribir sobre eso", pensé.