miércoles, 28 de septiembre de 2011

Poniendo las cartas sobre la mesa

Vi la hora. Tres y media. Tomé mi mochila, me acerqué al director, aprovechando la pausa entre piezas y le avisé.

-Disculpe, tengo que irme.

-¿Ya? -inquirió- ¿Y la siguiente canción? ¿La toca Lorena?

-Sí, las últimas dos las toca ella.

-Bueno, mija, entonces nos veremos mañana, ya lista para irnos -alzó la voz y anunció para todos- Acuérdense de que el camión llega a las diez de la mañana, y tienen que estar aquí. También a las muchachas, a ver si nos ayudan haciendo unos sándwiches para comer en el camino.

¿Perdón, qué? ¿Por qué le pide eso a "las muchachas"? Son sándwiches, por el amor de Dios, una gallina puede hacer sándwiches (*). Entendería que pidiera que nos dividiéramos las tareas, o que fueran platillos complicados, pero, no diga usted pavadas.

El director volteó a verme.

-A ver si pueden ayudarle a la maestra Susy a hacerlos, como unos cuarenta sandwiches para todo el ensamble.

¿Si sabe que somos como cuatro mujeres en un ensamble de alrededor de catorce personas, verdad? ¿Si sabe que el hecho de asumir que sólo las mujeres pueden hacer trabajo de cocina es sexista y discriminatorio no sólo hacia las mujeres sino hacia los hombres, suponiendo que no pueden?

Cualquiera que me conociera bien hubiera visto en mi cara la incredulidad, el sarcasmo y la negatoria a su petición en cuanto dijo eso.

-¿Sí? -me preguntó directamente.

Sé que no lo hace por mala persona, sé que es su manera de pensar, hogareña y a la antigua, pero, lo siento, no, ¿quién le dijo que yo sabía cocinar, eh? ¿que no sabe usted que en realidad hombres en este ensamble que saben hacer mejor comida que la mía?

Le sonreí y sin decir nada evadí la pregunta con otra y luego me fui.

Normalmente me hubiera ofrecido sin chistar, porque me encanta ayudar, pero también soy bien mula muy obstinada y aunque sé que sería una pérdida de tiempo (no porque no se disculpe el director, sino porque no hubo realmente ninguna ofensa) hacérselo saber, así que pienso no ir.

Comencé a pensar al respecto. No pienso cocinar por ser mujer, sino porque me guste, quiera o necesite (bien, bien, más de la última que de otra cosa), y aunque de buenas a primeras piense "no le voy a cocinar a mi marido/a", la verdad es que, si me pienso a mí misma amando a alguien lo suficiente como para querer vivir mi vida a su lado en una unión mayor, muy probablemente me vaya a gustar hacerlo: cocinar para la persona a la que amo. "Quizás eso es lo que hacen las mujeres casadas" pensé, pero mi mente también revisó el escenario "todo lo que me resta de vida" y encontré muchísimos huecos en los que ordenaría pizza, querría que alguien más cocinara o comiera en otro lado, así pues, decidí repartir las tareas.

Tu, mi querida persona: te amo, es por eso que escogí estar a tu lado, y es porque te quiero, y a mí también, que cocino por gusto, y espero que tu también. Y si alguna vez no coincidimos, ordenaremos comida a domicilio.

Es el futuro que te ofrezco.

(*) No es cierto.

Real Men know how to bake:
Parte de mi filosofía de vida.

Premio bloggeril


Reglas:
1- Anunciar el premio en una entrada.
2- Otorgar el premio a 10 blogs amigos.
Soy sumamente rebelde y sólo haré uso de esta entrada por mera presunción del título del premio~
Y el hecho de que tengo premio
*raburabu*
3- Poner el link del Blog que te ha dado el premio.
4- Avisar a los ganadores.
5- Compartir una frase.

Frase:

"Vestirte a rayas no te hace prisionero, caminar por la calle no te hace libre."

Te mereces algo mejor que una pavada que haya encontrado en el tuiter, pero, rayos, de verdad que me gusta esta frase.


En fin. Muchas gracias, señorita Bleiÿ~ En verdad me sonrojé cuando leí en tu blog esto. Fue raro, considerando que yo también te leo pero no comento... Aún así, agradezco la reciprocidad de nuestros no-comentarios y lo lindo de "somos un blog amigo".
Ten una buena vida y postéala en una entrada: da por sentado que yo la leeré.


miércoles, 14 de septiembre de 2011

Defendida

Era un potente sol de atardecer, ardiente. El experimento había terminado, y algunas cosas de vital importancia habían salido mal: no tardé en sentir la mirada acusante y la vocecilla fastidiosa de Isabel reprochando a todos los presentes en la clase como es que mi descuido había arrojado a la basura todos sus esfuerzos por tener una buena calificación. A escasos metros del tumulto que había creado, me sentía rabiar ("para bailar un tango se necesitan dos"), porque, si bien debí haber puesto más atención y haber corregido lo que estaba mal, los errores los había cometido ella.

Con la cara roja, los puños apretado, un sol del carajo y toda la indignación que podía tener, me apresuré a alzar la voz negando lo ocurrido y explicar mi propia versión del asunto. Pero justo cuando iba a comenzar mi perorata, sobresalió la voz de la maestra, en lo que yo pude definir como un tono de voz acusatorio, de quien ha descubierto una verdad.

-¡Pero que cosas dices, Isabel! -dijo indignada- ¡Fátima jamás podría hacer eso! ¡Ella es demasiado seria, callada y apegada a las reglas! ¡Ella es un pan y pacífica y no podría hacerle daño a alguien!

Nadie dijo palabra. Todos eran zombies sin consciencia de lo que estaba pasando, mirando vacíamente a cada persona que hablaba, sin moverse de su lugar. El sol se seguía poniendo, y ahora podía ver nuestras sombras alargarse; la mía, la de mi cuerpo estático.

Me sentía apenada. Al principio de su discurso, fue un abrazo a mi incompresión, una defensa inmensamente agradecida. Pero cuando continuó hablando... ¿Era esa la impresión que yo daba? ¿En verdad la maestra era tan ingenua como para creer que yo era una damita educada e indefensa? Pasé a sentirme culpable de mi propia maldad. Esto ya no se trataba de quien tenía la culpa en el experimento fallido. Esto era la proyección de mí misma ante otras personas.

La maestra me miraba confiada de lo que decía. De esa bondad, pacifismo y buenas maneras que estaba segura yo poseía.

Yo agachaba la cabeza, avergonzada de tener que contradecirla. De haber ganado la batalla y perdido la guerra.



Al día siguiente llegué al salón de clases, aún pensativa sobre la situación. Vi a la maestra sentada, y vacilé en decir algo, ¿qué cosa podría decirle, sin tener que explicar todo lo que soy? Pero algo me carcomía por dentro, y quedarse callada no haría nada al respecto.
Tomé aire, y, nerviosa, abrí la boca:

-Ayer soñé con usted, maestra.



¿Epílogo?

-¿Sí?- respondió, e interesada, levantó la cabeza- Seguro te estrujaba y te decía "¡estás reprobada, Fátima!" -dijo, actuando la escena y luego haciendo una de sus típicas risas tiernas y relajantes.
-Soñé que me defendía de Isabel- atiné a decir, como mi mejor resumen del sueño.
Vi dibujarse una sonrisa en su rostro y expirar un sonidito de ternura, mientras emocionada me decía: -Ahwww, ¡sí! Isabel es bastante grande, yo ayudaría a defenderte -gesticulaba unos puños de defensa mientras hablaba- "¡Isabel! ¡No seas abusona y deja en paz a Fátima!". Esbozó una adorable sonrisa, una sincera complacencia ante la idea, y, por alguna razón, la culpa desapareció.


viernes, 9 de septiembre de 2011

Dejar de recordarte

Depende mucho del humor, creo, cuando me acuerdo de mi empanadez.

Hay veces en que simplemente amanezco fatalista y los sesenta metros que nos separan me parecen ciudades enteras, y no hablarte me parece una clara seña de que preferirías comer clavos a establecer contacto conmigo.

Otras que debo tomar la iniciativa y que aprovecharé cualquier oportunidad que se me presente para disfrutar de tu compañía, de algún saludo, de regalarte una sonrisa.

Algunas cuantas, también, pienso en la posibilidad de que tampoco sepas qué decirme, cómo acercarte, de si también maldigas el momento de no poder acercarte por pena a las personas a mi alrededor, o de si la timidez te pese lo mismo. Esas veces también te pezco mirándome de reojo. En esos momentos sé que me miras, a la distancia, sentado en esa banca entre los árboles, y yo desde el segundo piso del edificio. También sé que te das cuenta de que te observo, pero ni tú ni yo creemos tan certeramente esto como para dejar de temer el rechazo de un saludo. Quizás esos sesenta metros sí sean ciudades enteras, kilométricas entre la convicción de uno y la voluntad del otro.

A final de cuentas, desde aquella vez, ni por una ni por otra nos hemos hablado.

Todos esos días estuve en compañía de otras personas. Bueno, no es como si antes de eso mi compañía fueras tú. Las tardes estoy sola, y las horas libres también. Eso no cambia. No he hecho ningún amigo nuevo, -inclusive me ausenté de algunos y algunos se ausentaron de mí-, pero, no es que haya estado particularmente triste. Sólo nostálgica, con el suspiro que siempre te guardo.

Eran las doce del día de un jueves y mientras la maestra atendía a algunos alumnos, el tema de conversación era el rol que tenía cada cual al estar en primaria. Le di un leve empujón al compañero a mi lado en el hombro, uno de aquellos que había estado conmigo este tiempo. "Seguro que tu eras un bully desde pequeño y por eso ahora estás así ¿eh?", él se volteó, negó con la cabeza y comenzó a explicar como es que era todo lo contrario. Su amigo, famoso por ser poco discreto con algunas intimidades de sus demás amigos, además de formar junto a él un perverso dúo de burlas hacia todo lo que se mueva, estaba sentado tras de éste. Pude ver como comenzaba a reír y hacer mofa de la misma plática, codeándose con los compañeros y soltando carcajadas. "Y seguro te desquitas con Hiter y conmigo porque te martirizaban cuando más chico", él se rió, y antes de que pudiera hacer una broma al respecto, su amigo alzó la voz y, dirigiéndose a nosotros, dijo "pues a mi me cae que ustedes van a terminar siendo pareja".

Estaba desconcertada. ¿Qué carajos tenía que ver eso con nada de lo que estuviéramos hablando? Pero por otra parte, sabía que ese sujeto no estaba hablando por hablar. Me quedé confundida e inevitablemente sonrojada. Ambos intentamos llevar la corriente y no darle importancia al tema, aunque las burlas y los gritos habían comenzado. Eventualmente la maestra entró de nuevo al salón y el tema se quedó ahí.

El resto del día no pude evitar pensar en eso.

Quizás era que yo sólo me imaginaba contigo. Cómo serían nuestras citas, las audiciones, nuestro comportamiento en la escuela. Cómo sería si me quisieras. Y por más que pasaban cosas, y por más que me preguntara la gente, incluso las veces en que pensé rendirme y dejarlo por la paz, no era capaz de verme con alguien más sin pensar en ti (a excepción de dos personas igual de imposibles que tú). Tal vez por eso sería que no pensé que nadie en el cochino planeta pudiera considerarme atractiva o posible material de pareja.

Si él y yo...
Nah...
Él es tan despreocupado, simplón, burlesco, irrespetuoso, poco serio. Siempre me desespera pensar que una persona tan talentosa como él se porte de una manera tan desprolija. Y yo, tan complicada, teatral, sobreanalítica, penosa, amante de las reglas y los buenos modales.
Si él y yo...
¿Y la escuela? Él es popular y le habla a todos, se le facilita hacer cualquier cosa que le pongan enfrente y su carácter es tranquilo y se deja llevar, como flotando en el agua. Y, bueno, aunque me gusta ser amable, dar un educado saludo, una sonrisa y un "buenos días" no es lo mismo a hacer una plática, además de que soy muy grillera y defiendo mis ideales aún cuando la otra persona no me esté escuchando.
No. Es que... No. ¿Cómo sería eso?

Y, por un momento, dejé de pensar en ti.