sábado, 14 de julio de 2012

A tu salud


De alguna manera terminé en la sala de análisis clínicos con una Química tomándome muestras de sangre. Eran un montón de estudios: perfil tiroideo, perfil hormonal, química sanguínea, insulina basal, y dos ultrasonidos.

El ginecólogo que haría mis ultrasonidos me inspeccionó cual vil ganado.

"Párate, por favor".

Señaló cantidad de desperfectos que no sabía que tenía; me pesó, midió y procedió a decirle a mi madre que todavía había esperanza para mí, que era algo que se podía arreglar y que estaría bien para que pronto me casara y tuviera mis hijos. Quizás mi enojo comenzó desde ese momento.

Mamá miraba al médico con una imperiosa fe, y tras escuchar sus soluciones mágicas para que yo dejara de ser la criatura defectuosa que tenía enfrente, realizó el ultrasonido de la vesícula e hígado. Enumeró más problemas mientras mi madre se fascinaba y le insinuaba que él debería de ser mi médico de ahora en adelante. Me mandó a tomar montones de agua y esperamos para el siguiente ultrasonido.


Más problemas.


El hombre, ya mayor, decía de vez en cuando como todo pudo haber sido evitado con anticipación, y mientras miraba la pantalla exclamaba un "¡Pero mire esto!" con un dejo de regaño, de acusación, un "¿Por qué hiciste esto?" me recordaba a mí misma un día de otoño en el 2009, con el pulso acelerado, vergüenza y súplica, diciéndole, pidiéndole a mi padre que de favor me llevara al médico, a escondidas de mi madre. También recordé el enfado de mi madre al enterarse que le había confiado mi salud a uno de esos sucios y corruptos médicos alópatas. Y el enojo crecía.


Entrada la tarde recogí los resultados, con algunos números muy arriba. Llegué a mi casa y le di a mi madre sus estudios mientras seguía viendo los míos, reclamó los míos y se los arrojé, recelosa, enfadada. ¿Por qué tenía que verlos si era algo entre mi doctora y yo?


No pasó tiempo sin que me reclamara "Vi tus resultados y no quiero que comas nada de esto", dijo mientras enumeraba las cosas que me prohibía. La rabia se estancaba en mi hígado.


Al día siguiente comenzó a llevarme a terapias alternativas. "Tienes que desintoxicarte, y volver a la dieta de grupo sanguíneo, y tomar las pastillas y las gotas, y vamos a ir al acupunturista. Pero ya. Es que no te preocupas por tu salud."


Las órdenes.
El ahogo. 
La mala salud. 
La incertidumbre sobre el futuro.
El sofocante amor.
El amor que no llega.
El amor que no hace nada.
No hagas eso.
No comas eso.
No vayas.
Me odias.
Me odias.
No.
No.
El control.


El control.




El control.
El control.
El control.


Quiero irme, pero estoy atada.

Atada con un cordón umbilical hecho de amor y culpa al cuello.

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