viernes, 10 de marzo de 2017

Sólo cosas II


Yo también tuve un novio que viajaba mucho.
Ay, se siente bien feo...
Él se iba y yo le decía "llévame contigo, déjame ir", pero no.
Te digo, yo también tuve un novio que viajaba mucho, y una vez volvió, y volvió casado.
¿Te imaginas lo que sentí?
Llegaron las señoras con mi mamá y le dijeron, pos fíjese que su yerno llegó con una muchacha embarazada.
¿Te imaginas lo que sentí?
Mi mamá tenía una tienda, y yo le iba allí a llorar. A llorar y a llorar, y a tomar cerveza hasta no saber.
A ese novio lo quería mucho, mucho: nunca volví a enamorarme como con él, a querer a alguien como lo quise a él.
Y luego me buscaba.
Iba conmigo cuando ya estaba casada y me buscaba.
No, le decía, tú ya tienes tu familia y yo estoy haciendo la mía.
Y ahí seguía.
Y yo me reía.
Me decía, te ríes conmigo o de mí, Las dos, le respondía.
Me decían las señoras, ya no regreses con él, porque tu serías la amante.
La amante, ay, no, Y esa palabra me resonó mucho adentro, y no la quería.
Te digo, yo también tuve un novio que viajaba mucho, y sí se siente bien feo, pero, bueno, no todos son iguales.


Cuando mi hermana llegó un diciembre a decirnos que estaba embarazada se echó a todo mundo encima, aún siendo una adulta con casa propia, trabajo estable y en una relación el hecho de no estar casada pesaba demasiado en la familia. "En cualquier momento se va a echar para atrás, porque no está obligado a quedarse". Ella nos habló, nos dijo que ella sabía que tenía la última palabra al respecto y que se casarían en cuanto lo decidieran. Nació mi sobrino, y luego ella supo que no tenía la última palabra. Quería casarse, quería conocer a sus padres, a su familia, que ellos vieran al niño. No pasó. Bautizaron al niño. Creció. Llegó el segundo. Comencé a vivir en Querétaro y vi que usaba un anillo en el dedo anular. Le pregunté que por qué lo usaba. "Yo quería un anillo, y dije, si tú no me lo vas a dar yo sí, bah". 


En cuanto colgamos me dejé hundir en el sillón. No salió ninguna lágrima, pero mis párpados eran tan pesados como el suspiro que dejé salir. "Supongo que debería ir a la cena", pensé, mientras me quedaba dormida.
Al día siguiente lo pensé mucho. ¿Para qué ir?
Hice algunos pendientes y mientras miraba el suelo, dije, "No. Por lo menos ve. ¿Qué vas a hacer todo el domingo? ¿Tristear porque no vino?".
Salí de la casa y esperé el autobús. Mientras más se tardaba más pensaba que tristear en el hogar parecía una realidad cada vez más posible. Pero fui. Llegué a la central y fui.
No sabía a dónde ir, en qué dirección, qué horarios. Rápido me di cuenta de todo el tiempo perdido y de lo que me faltaba para hacer todo lo que quería. Lejos de sentirme derrotada, fui al planetario y mientras me explicaban cómo funcionaba el lugar, fui haciendo ideas para la próxima visita. Con o sin ti.


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