sábado, 28 de marzo de 2015

Vacaciones. Siempre las malditas vacaciones.




Quiero a mis compañeros de clase, me son agradables las reuniones de trabajo, me he acostumbrado a los niños de mi clase, he aprendido a convivir muy bien con mi papá; sin embargo, al ver mi comportamiento y la etapa en que me siento con esas relaciones, siento la necesidad de ver también a esas personas por las que tengo un cariño profundo, con las que puedo hablar libremente, que sé que tendrán paciencia al escucharme, que intentarán comprenderme, y que ven en mí alguien de confiar. Quiero abrazarles, decirles que les quiero, hacer cosas juntos. Creo que ya se me acabó la recarga de diciembre, y me siento nostálgica de su compañía y de esa versión de mí cuando está con ellos.
Son vacaciones.
¿Cuántas veces voy a repetir mi discurso en éste espacio?
Ahora que no hay escuela, ni trabajo, ni prácticas profesionales, ni amigos cercanos, no hay distracciones, sólo quedan mis asuntos pendientes y yo.
Desperté llorando.
Eran vacaciones, encerrados todos, toda la familia en un hotel. Incluso Peny. Incluso él. Siempre es lo mismo en esos sueños: hay prioridades Fátima, cosas que son un bien mayor, como mantener junta a la familia, siempre. Me siento minimizada, asfixiada. Lo que yo siento y lo que me haya pasado no importan, lo que importa es que la familia esté junta, por eso si queremos que Peny esté aquí, él tiene que estar aquí, entonces, va a estar aquí.
Me levanto de la silla y quiero irme.
No quiero estar allí. No me siento respetada por ninguno. No quiero sentirme así. No quiero estar con personas que piensan así de mí. No quiero estar allí.
Pienso en Rodrigo.

"Por favor dime que cuando estemos juntos no vas a dejar que entre a nuestra casa".
Blackout.

De noche. En cama, entre mi madre y padre, como cuando era niña y no querían que me destapara, así que ponían todas las cobijas sobre de mí y no podía moverme, y me sentía encerrada. Lloraba, y quería oírme sólo yo, pero mi pena era tan grande e irresoluble que procedí a llorar aunque todos lo escucharan. Mis padres me decían que me habían traído a la cama y se habían dado cuenta que lloraba dormida; se portaban amorosos y delicados hacia mí, suponía yo que era porque aunque quise salir corriendo, me quedé.
-Tu mamá se dio cuenta de algo. Quizás fuimos un poquito injustos.
-Sí, nos dimos cuenta de que tal vez querías a alguien con quien platicar, con un amigo, y no quedarte sólo con Emilio.
Me sonreían tiernamente, y yo notaba que no me podía mover.
Lloraba.

Quizás, necesito ayuda.

1 comentario:

  1. Mmm... creo que todos en un punto de nuestra vida necesitamos ayuda (mira que te lo dice una de las personas mas reacias a aceptar ese tipo de cosas), a veces no es suficiente el solo escribirlo necesitar gritarlo y hacerte escuchar y entender, por que por extraño que parezca, las personas no entendemos con delicadezas necesitamos que nos mienten la madre y nos digan pendejos para que nos caiga el veinte (alguienestuvo encerradaenelcarroconsumamamasdeunahorachillandoycomiendoselosmocosqueleescurrian) y siempre es bueno el consejo de alguien imparcial alguien que no te conozca y no sepa nada de ti (terapeuta/psicólogo).

    Pero bueno que te puedo decir yo, uno no acude a este tipo de ayuda hasta que solo te queda una bocanada de aire y definitivamente ya crees que se acerca el fin.

    Se te quiere bien hartomucho aunque usted no lo crea y echale huevos que no hay de otra.

    ResponderEliminar