miércoles, 8 de junio de 2011

La última en saberlo

"Recibí un mensaje de César, avisándome de su retraso, así que tomé esos quince minutos para continuar. Al llegar al salón, me encontré una figura masculina en el piano que utilizamos los alumnos. Suelo jugar mucho frente a las personas cuando lo veo pasar; suspiro y hago ademanes de quinceañera enamorada. Por supuesto, finjo que me gusta, porque es sano para mí pensar que hay alguien que me pueda llamar la atención aunque sea sólo por su cabello. Secretamente pienso en que sería algo bueno que de hecho tuviera un sentimiento por Dios mío, por quién sea... él. Lo miré desde afuera, un poco temerosa de que alguien me cachara observándolo, tratando de escucharlo tocar. Entré al salón, dejé mis cosas y me dispuse a escucharlo, un poco sorprendida de que no dejara de tocar, considerando lo nervioso que es. Paró y me sonrió. -Te estaba esperando.
Debo admitir que la línea me pareció irreal después de toda mi cadena de pensamientos.
-César me dijo que no tienes llave, y que me quedara aquí hasta que llegaras. Pero, como ya llegaste, ya me voy."

Eso fue en octubre del 2010.
Después de eso pasaron los meses; más suspiros de quinceañeras, más risas, más sarcasmos, más burlas "Pfff... cómo si tuviera la capacidad de que me gustara alguien", más miradas en los pasillos (carajo, le vi crecer el cabello... Dx).
Luego fueron los saludos y la emoción de escucharlo.

...

No.

La verdad es que recuerdo muy bien el momento: estar sentada en la orilla de una fila del auditorio, viendo el movimiento de su cabello cayendo sobre sus hombros; sus nervios, su espalda, su sonido, su lenguaje corporal.
Recuerdo haberlo escuchado tocar atentamente, mientras ladeaba mi cabeza y la apoyaba sobre mi mano; haber bloqueado mis sentidos hasta suturarme de su toque, perder la noción del tiempo, encerrada en una burbuja que se rompió en cuanto sonaron los aplausos.

Luego, la negación.
Irracional. Era el adjetivo para lo que acababa de sentir. No tenía razón de ser, tener esa clase de emociones por una persona con la que apenas había hablado. Luego sí, siguieron las risas, las burlas, los suspiros que ya no sabía si eran broma.

Hubieron más momentos como aquel del curso de piano, pero eran míos, eran emociones "fugaces" que tenía cuando, a solas, podía verlo, hablarle, mirarlo, interactuar; ratos en los que, al dar la vuelta tras haber hablado, sonreía tímidamente y ocultaba mi alegría tras una cortina de cabello.

Cada vez pensaba más en él. Qué cosas le gustarían, cómo se comportaría en tal o cual situación, quiénes serían sus amigos, cuál era su historia, cómo sería si pasáramos más tiempo juntos.

Creo que esto ya no es normal...

En enero lo admití.
Esas cosquillas extrañas que recorrían mi estómago cuando lo veía ahora tenían nombre.

Tomé aire y reuní a mi gente de confianza para informar la noticia de que algo vivo me había logrado mover el tapete.

-¡Hasta que te enteraste!

Creí que era más lista que eso...

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