martes, 16 de junio de 2015

Amor


Volví a soñarlo. No recuerdo los detalles, porque era lo mismo de siempre: él, bienvenido en nuestra casa, ellos, con una sonrisa en el rostro, ella, aliviada y conmovida del gesto y yo, buscando salir de allí, ahogada por su incomprensión.

Detuve mi escape y pensé que quería gritar y llorar hasta que no quedara nada dentro de mí, que sería como vomitar la podredumbre en la flora estomacal, que aunque vomitar no es una experiencia agradable, la sensación de bienestar de haber expulsado lo que hizo mal en el cuerpo lo valía.

Me tumbé en el piso, a gritar, a sentir las lágrimas, a berrear.

"Otra vez me voy a despertar llorando. O gritando".

Abrí los ojos, pero no, el cuarto era el mismo, la luz, las sábanas, el silencio matinal.

La semana continuó; sin mucho qué hacerle al asunto, aún si no tuviera tantas ocupaciones.

El condenado martes llegó con la noticia de que el hombre con el que mi padre iba a firmar contrato para la publicación de su novela iba a verlos antes de la presentación del libro de Gabriel, a las seis de la tarde, a la misma hora que mi recital de piano.

Sortearon los lugares para participar y le mandé un mensaje, "voy a ser de las últimas, ¡vaya a firmar!". Al llegar las seis miré al público y lo vi sentado con mi hermana, y recordé lo que me había dicho "si alguna vez sientes que te vas a caer, recuerda que tienes a tus padres atrás de ti, que tienes en quién recargarte".

Lo alcancé en el Teatro de la República en la presentación de Gabriel. Me abrazó emocionado.

-Hija, tocaste precioso.

Me presentó a todos sus amigos escritores y a todos les describió su euforia, mis manos, los dedos, el sonido, su impresión y orgullo.

Mi madre había hablado esa semana, esa ocupada semana.

-¿Estás segura que estás bien, hija? Usted nomás dígame si me quiere allá y me doy una escapada.

Lo pensaba mientras veía las luces de los autos en la noche camino a casa.

Ellos me aman. Soy una persona muy amada.

Entonces, ¿por qué tendría que tener esos sueños?

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